Existen muchas teorías sobre los últimos días de nuestra tierra querida.
Desde hace siglos, muchos han intentado adevinar la fecha exacta del fin del
mundo. Pero hasta ahora, parece que ninguna de las profecías se haya cumplido.
Lo único seguro es que todas preven que el mundo se acabará.
De las tantas fechas propuestas, el 21 de diciembre 2012 parece ser la
que despierta un espanto sin precedentes. Pero, ¿por qué?
La respuesta es muy simple. Los Maya se han distinguido por ser
profundos estudiantes del tiempo, de las estanciones y de los ciclos. Sus 17
calendarios trazan el tiempo con escrupolosa precisión. Los Maya, siglos antes
de la llegada de los españoles, habían previsto el comienzo de una nueva era. Esta
fecha coincidió exactamenente con la llegada de Hernán Cortés a Vera Cruz, el domingo de Pascua, 21
de abril de 1519. De hecho, cuando los españoles llegaron a tierra mexicana,
los indígenas ya estaban preparados, ya sabian lo que iba a pasar, y se quedaron
viendo lo que pasaría.
La nueva era fue calificada por los Maya como la de los Nueve
Bolomtikus, es decir nueve Infiernos de 52 años cada uno, que duró hasta el 16
de agosto de 1987, declarado el día de la Convergencia Armónica.
En ese día más de 100.000 nativos se reunieron en Teotihuacan, México, para
celebrar el fin de esa era. José Argüelles, historiador que se interesó mucho
de las profecias de los Maya, creía que en 1987 la humanidad había
comenzado a vibrar en resonancia con la Via Láctea. Desde la Convergencia Armónica ,
según las profecías, estamos en un período de transición, que nos llevaría al
Mundo del quinto Sol, la nueva era que nos esperaría el 21 de Diciembre 2012.
La profecía habla de un nuevo ciclo galáctico que empiezará exactamente
en esa fecha, en que vendrá el fin del mundo materialista, comienzará una nueva
era de respeto y armonía. Antes de esa época la umanidad deberá escoger entre
la desaparición como especie dañina que atenta contro el planeta, o, en cambio,
evolucionar e integrarse con el Universo. La asperidad de las penas que nos
tocarán sería determinada por nuestras acciones y actitudes. Deberíamos,
entonces, aprender a respetar nuestra tierra y a vivir en una óptica de
sostenibilidad para salvarnos.

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